La acera está repleta de madres, padres y abuelos que esperan pacientemente la salida de sus hijos, hijas, nietos y nietas. Un padre se acerca al cristal y entre las letras hechas con vinilo donde puede leerse la palabra KUMON, intenta observar lo que sucede dentro del centro.
En el aula hay multitud de mesas repletas de niños y niñas de todas las edades. Unos parecen estar haciendo Matemáticas, otros English, otros Lectura… Incluso hay un par de niñas leyendo unos cuentos junto a una estantería repleta de libros.
El padre localiza rápidamente al responsable del centro. Junto con el resto de su equipo, se acercan puntualmente a algunos niños y únicamente parecen proporcionarles alguna pista para que sigan pensando por sí mismos, no hay explicaciones largas y directas sobre cómo hacer las cosas, simplemente acompañan a los alumnos para que sean ellos los que aprendan poniendo en funcionamiento sus habilidades, que sean ellos los que de verdad superan los retos y alcanzan los objetivos que se marcan para seguir avanzando por el material.
El padre sigue observando y le llama la atención las caras de los alumnos. Todos parecen concentrados, estudiando con atención el cuadernillo de Kumon, y en sus rostros se observa que están pensando. Además, muchos de ellos sonríen cuando descubren cómo resolver un ejercicio o cómo hacerlo mejor. Y el padre también sonríe cuando descubre que uno de ellos es su hijo.
Esta escena se repite a diario en todos los centros Kumon por las tardes, pero… ¿qué sucede fuera del horario vespertino? Todas las mañanas, los orientadores y las orientadoras de Kumon revisan el plan de estudio de cada uno de sus alumnos, profundizan en la situación de aprendizaje de cada uno de ellos y preparan una estrategia de orientación personalizada para cada alumno, cada tarde de la semana.
Y ese trabajo ve la luz en los centros Kumon cuando los alumnos resuelven su material didáctico.
Porque esa es la labor del orientador en Kumon, descubrir el potencial de cada alumno para desarrollar al máximo su capacidad, asegurar que el plan de estudio se adecúe a cualquier capacidad y cualquier edad y fomentar siempre en los centros un aprendizaje autodidacta, lo que permitirá en los alumnos abrir de par en par la puerta de su aprendizaje y prepararse con garantías para lo que va a ser su día a día académico, es decir, no dejar de aprender nunca.
Y esa preparación consiste en que sean capaces de aprender por ellos mismos y que dispongan de las capacidades y actitudes necesarias para ello, pero también significa disfrutar de ese aprendizaje todos los días, habiendo desarrollado para ello una personalidad que los convierte en estudiantes perseverantes y seguros de sí mismos.
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